CONTRA EL OLVIDO - FÁTIMA DÍEZ. Por la historiadora y escritora Montserrat Suañez.
Quienes me conocéis
sabéis que no es mi costumbre reseñar los libros que me gustan, pero en este
caso voy a hacer una excepción. Y es que “Contra el olvido” es la primera
novela de Fátima Díez, y quiero que se queden con el nombre de esta autora,
porque estoy convencida de que va a llegar muy lejos en esta intrincada selva
de la literatura. Lo vi con claridad cuando leí su relato Zamba, con el que
colaboraba en la antología de Mujeres en la historia 3, que tuve el honor de
dirigir. Su obra destacaba entre un conjunto de relatos ya de por sí de elevado
nivel literario, y supe entonces que Fátima Díez nos deparaba grandes cosas en
un futuro no muy lejano.
De su primera novela
me gusta todo: la belleza formal, su estilo limpio y directo, su ritmo
narrativo ágil y bien medido, su capacidad para mantener la intriga, sus
metáforas tan gráficamente expresivas, su facilidad para crear atmósferas…
“Alrededor, en la
quietud del cementerio, estatuas de ángeles protectores, guardianes de lápidas
y panteones, de huesos vacíos; ángeles con el musgo naciéndoles en los ojos y
en las manos que señalaban insistentes hacia un cielo riguroso. Rompía la calma
un fuerte viento. Los gorriones también se veían alterados por estas corrientes
inesperadas, revoloteaban y volvían a posarse sobre el césped con un canto más
estridente. Una nube oscura se acercó al cementerio.”
Su Bilbao, naturalmente, tenía que estar presente, y lo está
de un modo que resulta una fruta apetecible, una invitación al lector a
visitarlo y recorrer los lugares que Fátima retrata tan magistralmente.
“…A pesar de la lluvia, Bilbao se había convertido en pocos
años en una rosa perenne que se abría a los sentidos del viajero. El Campo
Volantín —paseo cosmopolita y familiar como ninguno, compañero inseparable de
la ría ahora cenicienta— se perdía de vista como el rastro de un vagabundo. La
luz empañada por la niebla de los reflectores de los coches marcaba su longitud
y consumía los colores. A lo lejos, el Museo Guggenheim se mostraba pintado
—convertido para siempre en un buque varado— con los matices de la paleta de un
usurero. Una vez más la voluntad de la vida imponiéndose a la realidad de los
hombres.”
Pero, sobre todo, quiero resaltar la fuerte personalidad de
la autora, una personalidad que imprime a la obra: Fátima explora el género
negro desde una perspectiva diferente, intimista, en la que el verdadero
protagonista es el dolor de esa madre que pierde a su hijo. Asombra su
capacidad para transmitirnos el dolor, la fuerza y el coraje para hacer que el
lector se ponga en la piel del personaje y no sólo comprenda la trama, sino que
la experimente como propia. Y ahí radica la verdadera magia y a la vez el
desafío para un autor. Fátima Díez lo ha superado con nota.
“Silvia cogió la mano tibia de Rubén y se acarició con ella
su propia mejilla en un movimiento repetitivo. El pie izquierdo de su hijo
estaba al descubierto, la deportiva blanca con rayas plateadas en la otra
acera, a medio camino entre su propio coche y una alcantarilla, como un
despropósito más, como un insulto.
“Bajo su mano sintió el último latido de Rubén, casi como
sintió el primero cuando nació, pero nada era igual. Las imágenes temblaban y
los sonidos se confundieron en un ruido atroz que le machacaba las sienes. Un
llamador de hierro con forma indefinida parecía golpearle la cabeza. “Por favor,
que alguien deje de llamar, no hay puerta, no hay luz en la casa”.
“Solo fue capaz de mantener bien sujeto a su niño y de saber
que el resto de su vida se reduciría a ese instante y al silencio definitivo de
su ausencia.”
Mi aplauso para Fátima y con él mi deseo de poder disfrutar
pronto de una segunda novela suya. Enhorabuena, Fatima Díez.