Fátima Díez- escritora- Bilbao

domingo, 28 de mayo de 2017

"LA OBSERVADORA"

Relato"La observadora"  incluido en la antología

 de mujeres malas"Casa de fieras"

   por M.A.R. Editor


LA OBSERVADORA


Los ojos tatuados en un prolongado espejismo y los labios entreabiertos en un conocido rictus, me advierten que los hilos que nos unen no son tan complejos. Sandra recoge las colillas que he dejado en el salón. Adivino la furia de su percepción olfativa mientras estrella –mentalmente- el cenicero contra la cristalera. El silencio retrospectivo, más hiriente que las palabras, se mantiene tras los gestos cotidianos
No sé en qué fase se encuentran sus reflexiones, si Recuerda o Reprocha cuanto contamina nuestro vínculo, en cualquier caso todo lo transforma en una gran R que intenta Redimirme antes de dar el portazo. Nuestra relación está ahora en el grado de frustración que más me complace. Como un perrito viene una y otra vez a mí para que le de la galletita que nunca alcanza.
Soy lo que se dice una observadora metódica y sin escrúpulos; me basta un solo tic para adivinar el siguiente paso de mi víctima. Conocí a Sandra en la escuela de danza y creo que acerté al elegirla para mis propósitos. Ella es un peón en mi tablero de ajedrez y ha ido reaccionando ante mis deseos tal y como lo tenía estudiado. Sus pobres jugadas no ponen en peligro mi poder en el tablero. Esta mujer es lo suficientemente frágil para manejarla a mi antojo.
Sandra limpia la mesa con la patética naturalidad del herido en su amor propio. Sus ojos están furiosos ante la mancha de vino en el mármol. A través de su mano –larga, suave, de una feminidad aristocrática- libera la energía negativa que la consume y apenas me mira. Lucha por conservar la serenidad. Teme que un gesto suyo me haga abandonar esta guerra no declarada. Quiere acusarme, pero al mismo tiempo sus labios se recogen en un puchero infantil.
Hoy se ha vuelto a calzar las sandalias cochambrosas que tanto detesto. No como venganza, sino como un signo alarmante de rebeldía. La encuentro Ridícula y aunque sé que sufre prefiero callar y dejar que el tiempo pase y la tensión se relaje por si sola.
Ahora coloca sobre la mesa limpia el cenicero limpio y la amargura almacenada. Su figura corta la tenue luz que entra por la ventana en una baile de sombras que desaparecen tras titilar por nuestro salón.
Sandra guarda y ordena febrilmente todo cuanto está a su alcance como terapia provisional; posee los movimientos de un felino y adivino a través de su fragancia el sonido de sus pasos apenas perceptibles.
Todo me otorga doble poder sobre ella. Como espectadora que ha de participar en la función, es mi exasperante silencio lo que le provoca esta angustia. Sigo observando su evolución y espero incondicional el desenlace.
Ahora recuerdo el principio de nuestra relación, cuando las noches eran solo sexo bajo el desorden de sus ávidas caricias, sus promesas, sus ilusiones… ¡Era tan ingenua!  Sandra dejó que malograra su inocencia burlándome de sus más íntimos pudores. Y me hizo sentir maestra de maestras y fui falsa, porque era más fuerte el deseo de observar mi creación, que la compensación de su abandono sin condiciones.
 ¡Qué absurda puede llegar a ser la amante, que no la amada!
Sandra desaparece durante un rato en el que aprovecho para estirar el cuerpo y emitir un suspiro. Sigo teniendo el control. Como la perdiz de Jenofonte siguiendo su instinto cojo las llaves y  me dispongo a salir un rato. Cualquier pretexto es bueno con tal de ocultar mi satisfacción.
Apenas he tomado la decisión de irme, me llama con una urgencia enervante. No quiero ceder. Tendría que fingir que acabo rendida en sus brazos y sé que haríamos el amor: ella con el arrebato de los primeros días pero aprovechando para criticar mi actitud pasiva y mis dotes para desentenderme de todo. Y yo la odiaría una vez más.
Sigo con la mano en la puerta, dispuesta a abrirla para escapar de sus súplicas cuando Sandra, “in púribus”,  se aferra a mi cintura desde atrás y me susurra algo al oído. Siento en el calor de su aliento cómo se desprende de su orgullo tan fácilmente como de la ropa (incluso a su nombre renunciaría si se lo pidiera).  No es mi culpa que sea tan débil.
Me limito a dar un  paso hacia el umbral. Su cuerpo me inmoviliza y hasta parece recrearse en mi obstinada oposición. Ella también cree conocerme más allá de lo razonable.
Aunque logra darme  jaque al rey, Sandra ignora que sus armas son inútiles en esta batalla. Percibo la inseguridad en sus caricias y el temblor de su boca. Para no caer en la trampa  doy otro paso en el tablero echando abajo su torre con un guiño de cansancio ante la anunciada retahíla de quejas.
Sandra descarga en dos palabras su adhesión en una entrega lamentable, te quiero”, grita. Mal paso.
-Déjame salir- Le digo con desdén.
Por supuesto intento imprimir a mi entonación la más cruda de las sentencias sabiendo que ella seguirá Rebajándose. Me desentiendo, cómo no, de cuanto se fraguó entre miradas y promesas en sus días de euforia. Olvido que Sandra respondió desde un principio a mis arbitrarios deseos, doblegándose con la ternura de un cachorro hacia quien, en suma, le complacía tan solo observar las transformaciones de su acólito amante.
De nuevo adivino sus reiterados movimientos. Se vaciará por dentro la lacaya desesperada que dormita en su interior, probando, ya como último recurso, la amenaza del suicidio. ¡Si supiera lo poco que me importa! Así cree que logrará arrastrar mi conciencia al abismo de la culpabilidad  –“Porque tú- dirá, eres la causa de mis trastorno; recalcará —me has moldeado y ahora me miras como si no me conocieras, o tal vez cansada —maldita seas— de que mis reacciones no sean para ti más que una vieja película, te permites menospreciarme
Siempre la misma historia desde que nos conocemos. Me aburre. No obstante este es mi juego y yo decidiré cuando lo termino.
        Pero Sandra, ante el hastío que me han provocado estos pensamientos, no parece evolucionar como imagino. Me vuelvo hacia ella. Sus ojos han adquirido un brillo singular, sus labios sonríen impertinentes, más carnosos y apetecibles tras lo que parece un arranque inesperado de inmunidad sentimental.
Sus talones giran en una rápida pirouette y se dirige rápido hacia la ventana. Cierro la puerta y decido seguirla. Me doy cuenta de que la he presionado demasiado. Tenía que haber retrocedido un poco y mostrarme tan desarmada como se ha sentido ella tantas veces.
  Pero ya no parece considerar mi inquietud alcanzada ya la catarsis, porque una Sandra muy digna, dueña de su tiempo y de su desnudez,  abre la ventana con determinación, aspira el aire de varios kilómetros a la redonda,  y en vez de soltarme todo un rosario de obviedades me mira indiferente y con una crudeza difícil de asimilar. Durante un par de segundos no soy capaz de ver nada. Un rayo de sol, sin el cuerpo de Sandra haciendo de parapeto, sin fronteras,  me viene directo al iris y me encuentro cegada buscando a Sandra, mi Sandra.
Jaque mate al rey.
Ella, que fue siempre tan Respetuosa con mis sentimientos. 
                                                                                 Fátima Díez

jueves, 18 de mayo de 2017

Presentación del libro "La exclusiva del asesino" del escritor Salvador Robles Miras




Tercer libro de la trilogía "La exclusiva del asesino"
"Troya en las urnas"
y "El delantero centro se niega a jugar"

Intervención emotiva del gran escritor Salvador Robles

Intervención de Fátima Díez elogiando las virtudes de libro y del autor.

Jose Manuel Aparicio en un alegato interesante sobre el libro  y su autor.

Estupendo momento que nos regaló la actriz Marta Urcelay


Sorpresa en el plató con estos grandes actores,
Cristina Benavet y Jon Ander Langara.

Refrescante actuación de la cantante y compositora Liben Suarrt.

Encuentro de dos amigos del autor y a la vez personajes en la ficción
 del "El delantero centro se niega a jugar"