Fátima Díez- escritora- Bilbao

jueves, 20 de diciembre de 2018

"CONTRA EL OLVIDO" PRESENTACIÓN 14-12-18

Presentación del libro "Contra el olvido" 
Editorial Maluma 14-12-18




CÓMO NACIÓ "CONTRA EL OLVIDO"

Un día apareció entre mis papelotes una servilleta de las que coges en los bares para apuntar esa frase o idea que te ha venido a la cabeza.
Teniendo en cuenta la dificultad que implicaba escribir en tal textura y con un lápiz, decidí que tal vez  merecía la pena echarle un vistazo,  después de varios años guardada,  y ni corta ni perezosa adopté todas las formas posibles, para poder descifrar lo escrito. Una energía desconocida y renovada por cada personaje que iba creando me empujó desde ese momento a escribir esta novela.



"CONTRA EL OLVIDO"  es una historia de lucha, con una fusión policial y humana en busca de la verdad. La escalera hacia el éxito conlleva en muchos casos a tragedias personales. Los protagonistas tejerán alrededor de Silvia,  una telaraña para enturbiar la verdad. La  fuerza de la rabia y del dolor de esta mujer, unida al olvido de las tragedias que provoca la inmediatez de nuestro tiempo, destapará un complot donde la ambición no tiene límites.


CONTRA EL OLVIDO (Fragmento del primer capítulo)


       La verdad suele ser a menudo muy sencilla,
                            pero es difícil llegar hasta ella.
F.D.



Ese tipo no estaba borracho –dijo convencido Faustino Tomó la curva con demasiada precisión ¿Entiende? Entonces oí el grito y subí hasta aquí. Cuando le vi en el suelo, yo…
Con los brazos cruzados y el gesto serio, el sargento Macías miraba al declarante  mientras otro agente tomaba notas de cuanto decía. Faustino, de pelo largo y blanco agarrado en una coleta y su eterna visera gris, estaba con el rostro lívido y las manos en un incesante frotar. Era una de las pocas personas que podían decir algo sobre lo ocurrido aunque bien poco y embarullado. Carraspeaba en su lucha por mantenerse firme e intentaba contener las lágrimas que se le escapaban y no le dejaban hablar.
 El deseo de Faustino en esos momentos era encontrar al culpable para ahorcarlo allí mismo.
Tenía en la mano un juguete, un avión de color azul que había encontrado cerca del cuerpo del niño. Sabía que era de Rubén porque el día anterior  había entrado en el bar contándole cómo Carlos se lo había conseguido en una caseta de feria. Faustino miró el avión unos segundos y creyó advertir que le faltaba alguna pieza y como si ello fuera la clave de algún enigma, lo apretó más contra su mano.
—No señor, eran las seis de la mañana, para qué voy a mirar el reloj si llevo abriendo a la misma hora desde hace treinta años. Tampoco creo que la cabeza me diera para tanto en esos momentos. Como le digo, apenas levanté la persiana del bar cuando oí un golpe tremendo.
El sargento alzó la vista hacia el letrero del bar “Carrión” y siguió atento a las palabras del viejo. Faustino reconstruyó sus movimientos buscando algún detalle que se le hubiera pasado inadvertido. Se agachó para levantar la persiana de su bar y volvió la cabeza del mismo modo que cuando escuchó el estruendo. Después dio unos pasos hacia arriba y le señaló al sargento la calle por la que el supuesto coche homicida había bajado a toda velocidad
Ni siquiera vi la matricula, maldita sea, solo sé que el coche era negro. Ni un solo número puedo decirle. Aquí tengo el coche, pero de la matrícula, nada.  dijo al agente hundiéndose el índice en la sien.
— ¿Vive usted cerca? — Preguntó el sargento.
—Sí señor, en el piso que está encima del bar. Vivo con mi hijo Antonio que es abogado. El único que pudimos tener mi mujer y yo ¿sabe?  —Aclaró dando unos pasos hacia donde le llevaban sus palabras.
El sargento era un hombre aún joven, con los ojos de un verde claro que recordaban la transparencia de un caramelo, de facciones simétricas y sonrisa complaciente. Se ponía rápidamente en situación en cuanto llegaba al lugar de los hechos y su memoria grababa cada detalle para después ir desmenuzándolos y  volviéndolos a reunir como en un puzle. Era normal que al principio de cada caso  faltaran piezas y cuando lograba encajar alguna, regresaba al punto de partida donde aparecían nuevos argumentos. El sargento Macías, intuitivo por naturaleza,  no pudo reprimir un gesto de extrañeza que le hizo juntar las cejas y quedarse pensativo un rato. En pocas ocasiones su primera valoración difería de una realidad en la que su intuición ya había barajado casi todas las posibilidades por muy extrañas o  enmarañadas que estas fueran. Tantos años de servicio le habían enseñado a no despreciar el más mínimo detalle.
Tanto el sargento Macías como el agente Ricardo Varela vestían el uniforme reglamentario y estaban atentos a cuanto decía Faustino y a todo lo que sucedía  a su alrededor.
—Escriba: Calle Castañeda, número dos, a las 6 de la mañana del día 5 de abril de... etc, etc… Dijo dando un golpecito a la libreta de su compañero.
Ricardo Varela tenía unos cuarenta años y aspecto de dandi escocés, con el pelo rubio, las cejas claras y bien marcadas que le otorgaban simpatía a la mirada. Llevaba junto al sargento Macías más de una década y era tan concienzudo en su trabajo como con su aspecto. Los dos formaban un buen equipo  pues sus diferencias a la hora de percibir las puntadas de cada caso les llevaban a obtener buenos resultados. Su condición de segundo de a bordo nunca había impedido que su trabajo se viera mermado por su ambición personal.
Los dos policías habían comprobado que en efecto la persiana del bar estaba a medio abrir. El dueño seguía apuntando hacia ella al hablar a borbotones, queriendo poner orden en sus nervios y en los hechos.
—Cuando la estaba levantando me pareció oír un coche bajando a gran velocidad por la calle Castañeda. No le di importancia porque hay muchos gilipollas sueltos con dos copas de más apostando por dominar la curva de la pendiente. A veces ocurre, sobre todo en las madrugadas de los domingos, montan carreras y se la pegan, sí señor, pero esquivan a la policía esos desgraciados. Por eso cuando oí el golpe pensé que alguno se había chocado contra algo  ¡Dios mío, cómo iba a imaginar esto!
El sargento Macías se colocó en el centro de la pendiente de la calle Ugarte, frente al bar “Carrión” por donde había huido el coche, se agachó, miró a un lado y a otro y ordenó:
—Que acordonen también esta calle hasta la tienda de muebles y que empiecen de  inmediato a preguntar a los vecinos cuyas ventanas dan a estas dos calles. Es posible que algún madrugador o tal vez un insomne haya podido escuchar o ver algo.
Después volvió a recuperar su posición frente a Faustino y le preguntó con voz templada.
—Rubén Artola Gracia… ¿Era pariente suyo?
Faustino Carrión se mantuvo en mitad de la acera, había bajado los brazos y parecía un muñeco sin batería. Macías se acercó más a él sin poder maquillar la inquietud que le provocaba tener que sacarle información al que suponía un afectado directo de la tragedia, resopló para sí mismo y le puso una mano sobre el hombro.
—Por el momento he terminado Sr. Faustino. Dele sus datos y su teléfono a mi compañero. Le llamaremos para declarar en comisaría.
Ricardo Varela apuntó los datos personales del hombre que al terminar siguió varado en el mismo sitio. El  policía se preguntó qué relación tendría con el difunto. Sin pretenderlo, recordó muchas caras que ante una tragedia su profesión le obligaba a vivir a diario. Como una ráfaga también le llegaron las imágenes de algunos rostros impostados y de algunas lágrimas de cocodrilo. Por eso, y para poder ser objetivo, intentaba ser metódico y no implicarse más allá de lo estrictamente profesional.
El día iba abriendo la ventana y dejaba ver cualquier detalle que hubiera en la calle. También los ruidos aumentaron con la cadencia de una mañana festiva, y  apenas media docena de personas ajenas al hecho se encontraban observando desde lejos.
Los efectivos de atestados se encontraban en el lugar del atropello recogiendo muestras cuando Ricardo Varela  desanduvo los escasos cinco metros que le separaban de la esquina que formaban las dos calles implicadas y se quedó unos segundos observando. Intentó visualizar un coche negro bajando a gran velocidad por la larga pendiente de la calle Castañeda. Imaginó cómo al final de la calle el coche había golpeado a un niño y el lateral de otro vehículo, perdiendo en el impacto el faro izquierdo, y sin detenerse, girar por la calle Ugarte y desaparecer. Aún no debía hacer conjeturas pero sopesó a qué velocidad y en qué condiciones iría el conductor antes y después del impacto. Acabó su análisis de la situación pensando que sin ninguna duda ya lo habría calibrado el sargento Macías y podrían cotejar opiniones más tarde.
Faustino siguió en medio de la calle mucho tiempo, ajeno a la agitación de su alrededor, metido en su recuerdo del día anterior cuando se despidió de Silvia y Rubén se le tiró a los brazos asegurándole que volvería pronto de su viaje hacia el mar. Recordó el avión que le había enseñado, abrió la mano y por fin se atrevió a mirar de nuevo el sitio exacto que había ocupado el cuerpo del niño antes de llevárselo la ambulancia; apenas dos metros de cemento que conservaban las huellas de lo sucedido. La desgracia no perdonaba ni a jóvenes ni a viejos, pensó, llegó  sin avisar  y en unos segundos había roto sus vidas como la lluvia la quietud de un charco.
Durante unos minutos la luz de las farolas se confundió con la del amanecer y fue entonces cuando la gente congregada y los policías se empezaron a dispersar. Desde un balcón, alguien sacudió una alfombra: dos, tres, cuatro golpes secos sobre la fachada, y de nuevo silencio.


 Mil gracias a un público tan entregado que me apoyó en un día tan  especial.

 Gracias al actor Jorge Santos que leyó magníficamente fragmentos de mi obra, "Contra el olvido"
  Gracias Marga Palacios, de editorial Maluma, por su gran apoyo y cordialidad.
 Gracias a mi simpático presentador, el escritor Adrián Martín Ceregido.

 Emotivo detalle de mis amigas. No sé dónde está el alma pero me llegó más allá.
 Una mención especial a mi tía Ana que lo es todo para mí.