El
hombre caminaba por la gran vía de la ciudad cabizbajo, ausente del bullicio a
su alrededor. Sus pasos se detuvieron por fin en el puente del Arenal.
-¡Ay¡
gritó. Y se miró la mano sorprendido, ¡vaya ocasión para que me pique un bicho!.
-Sin insultar. -Destacó una voz acerada cerca
de su oído.
El
hombre creyó reconocer en aquel extraño sonido otro síntoma de su locura, mas
no pudiendo resistir la tentación de averiguar su procedencia, se bajó del
travesaño del puente donde se había subido guiado por el desamor y miró a los
lados.
-Estoy
aquí. -De nuevo sonó esa especie de zumbido.
-¿Quién
demonios eres? -Preguntó al aire con voz
temblorosa -Sin duda estoy soñando.
-Sin
duda ya estarías muerto si no te hubiese picado. -Replicó el insecto intentando
abrir más los estigmas de su tórax. Y se posó sobre aquella mano indecisa
apoyada en el barandal.
El
hombre pensó que se trataba de una broma de la ría del Nervión.
-Ayer
tuve un altercado con un cangrejo...-dijo el mosquito. Estaba soltando los
huevos cuando....
-Vale,
vale, me das dolor de cabeza. -dijo el hombre agitando la mano con cansancio.
-Qué
más te da, si no llego a picarte ahora serias un ahogado.
-Pero
¿a ti qué te importa bicho?
-Eh!
Ojo cómo me hablas. Soy una hembra muy sensible.- inquirió la mosquita. Los
humanos os creéis los dueños del mundo, los poseedores del conocimiento y de
toda esa basura que consideráis ciencia.
No he visto una especie más estúpida, lo tenéis todo al alcance de la
mano y lo dejáis escapar, o lo que es peor, lo estudiáis y lo transformáis para
acabar destruyéndolo. Menudo atajo de...
-Lo
que me faltaba -Suspiró el hombre- un sofista volador.
El
insecto sacudió las alas y salió volando hasta posarse en un arbusto del
parque. Con
su
trompa picó una hoja y absorbió sus jugos. Su abdomen parecía satisfecho con
tan escasa libación
-Dime
mosquita ¿por qué me ayudas? Si quisiera
podría acabar contigo de un manotazo.
-¡Cuánta
violencia! ¿Así me lo agradeces?
Recuerda que me has alimentado. Cuando bebí tu sangre me sentí ligada a
ti. ¡Ya ves! Tengo la mala costumbre de
averiguar cómo vivieron mis víctimas.
-Tus
víctimas ¿has dicho?
La
mosquita estaba fascinada por las gotas de sudor que recorrían el rostro del
humano. El hombre, que apenas lograba ver nada y creía ahogarse con su propia
saliva, intentó cruzar la carretera. El insecto se puso a revolotear en
círculos. De pronto se acercó un coche a gran velocidad y el mosquito quedó
estampado en el parabrisas.
El
conductor frenó el vehículo, vio al hombre en mitad de la carretera con aspecto
febril y la vista fija en el parabrisas. El hombre sacó un pañuelo del bolsillo
de su pantalón, recogió los restos del cristal y los observó atentamente. El
conductor del coche miró aquel pañuelo manchado y exclamó:
-¡Caramba
amigo! fíjese qué extraño, una “Anopheles” hembra en este clima. Menos mal
que la he matado antes de que ocurra
una desgracia. Su picadura es mortal, yo tuve la suerte de estudiarlas en el
istmo de Panamá...pero oiga, oiga ¿le sucede algo?
Con
el paso vacilante de quien padece una colosal gripe, el hombre dejó al
entomólogo con su perorata y se fue lentamente. Tan solo volvió la cabeza para
ver como el puente se hacía más y más pequeño...
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