Fátima Díez- escritora- Bilbao

miércoles, 20 de abril de 2016

PRESENTACIONES "Mujeres de la Historia III"


Presentación del libro "El delantero centro se niega a jugar" del escritor Salvador Robles Miras.
Tercer libro de la trilogía "La exclusiva del asesino" y " Troya en las urnas"

Emotivo momento de la intervención
del escritor Salvador Robles Miras
Fátima Díez aclamando las virtudes del libro y autor.

José Manuel Aparicio, escritor, en un apasionante alegato
sobre el libro "El delantero centro se niega a jugar"

Espléndida intervención de la actriz Marta Urcelay

Estupenda actuación de la cantante
Liben Suaart
Sorprendente actuación de  Cristina Benavent en el papel de Cecilia Fresnedo
y Jon Ander Langara en el papel del protagonista del libro, el sargento Telmo Corrales.

Y como colofón, el encuentro de dos amigos del autor y personajes
en el libro "El delantero centro se niega a jugar"
Miguel Ramón y Fátima Díez














MUJERES DE LA HISTORIA III







FERIA DE VALLADOLID 11-Junio 2016



Miguel de Rus (M.A.R. editor), Salvador Robles, Monserrat Suáñez y Germán Díez. A la derecha Vera Kújareva (editora) Valladolid 11-junio-2016




                              Presentación "Mujeres de la Historia III" en Bilbao
                              Con Sol Antolín y Laura Garrido.


http://l.facebook.com/l.php?u=http%3A%2F%2Fwww.mareditor.com%2Fnarrativa%2FMujeresenlaHistoria3.html&h=0AQGu6zZ8

(Editado por M.A.R. Editor en diciembre de 2015 en “III Antologia de mujeres de la historia”)






Chic@s!!! Este sábado en Valladolid tendré el honor de firmar libros"Mujeres de la historia" junto a las grandes escritoras Monserrat Suañez y Sol Antolín.
Sábado día 11 de junio de 2016, caseta 41, de 13h. A 14,30 h. Y de 18 h. A 20h.
OS esperamos.


ZAMBA


Cuando Micaela abrió la puerta de su casa, convertida por un tiempo en cuartel general, vio que el cielo estaba arrugado y el viento formaba torbellinos alrededor de la pequeña plaza. Al instante oyó la trompeta de caracol. Llevaba toda la mañana impaciente, esperando recibir más noticias sobre Sangarará. El chasqui llegó hasta ella y se bajó del caballo; llevaba su penacho de plumas blancas y un atado a la espalda. El indígena le entregó un papel enrollado y Micaela, por su parte, le dio un pequeño envoltorio. El chasqui se apresuró a guardar el paquete en su atado, montó en el caballo y se fue.

La mujer leyó en casa el comunicado recibido. Su cara se ensombreció al percibir entre líneas las letras envenenadas. Su intuición no le había fallado. Las mentiras en contra de Túpac Amaru habían logrado que algunos cambiaran de bando y los traidores aumentaban al ritmo de las calumnias.

En su cabeza se dibujaron los mismos signos interrogantes que le asaltaron días atrás. Su querido Túpac Amaru, presagiando una matanza, se negaba a lanzar una ofensiva sobre la ciudad del Cuzco, arriesgándose a que los españoles reforzaran sus defensas.

Micaela comprendía a su marido pero no estaba de acuerdo con su decisión. Ella también quería que cesara la barbarie, sin embargo su gente seguía muriendo por las calles, en las minas y en los obrajes por culpa de los
opresores. Los hacendados, tratándoles peor que a esclavos, regaban sus tierras con la sangre de los nativos, mientras los corregidores se enriquecían.

A los españoles, en su inagotable codicia, solo les interesaban el oro y la plata.



(“…los ladrones viven tal vez encarcelados sin sosiego y en continua inquietud; pero los corregidores que tienen el mismo oficio, pasan sus días vestidos de gala y púrpura”) Feijoo De Sosa



Solo se oyó el susurro del viento, dijeron, cuando Micaela Bastidas volvió a salir a cielo abierto. Cubría su cuerpo con una manta de colores prohibidos. Dos largas trenzas negras le llegaban al pecho y ya no lucia el colgante de su amado Túpac Amaru.

La empinada calle estaba cerrada por cientos de indígenas, criollos y mestizos que esperaban impacientes las palabras de su dirigente. Observó los rostros más cercanos. Quiso grabar en su memoria el brillo de sus miradas, cada arruga y cada miedo sufrido a causa de los tiranos.

Distinguió entre la multitud a Cecilia Túpac Amaru y Tomasa Tito Condemayta, entre la legión de mujeres quechuas y aymaras que habían cooperado con ella en sus incursiones guerrilleras y en sus tácticas para la conflicto. ¡Qué orgullosa estaba de todas! Supo que estaban haciendo historia, aunque la historia los olvidara, como suele olvidar a los héroes incómodos. Supo, además, que el valor se demostraba luchando hasta el final.

La multitud se desplegó en abanico para dejarla pasar. La mujer dio unos pasos, resuelta, firme como un aliso de río. Enseguida desapareció de sus mejillas la palidez de luna que venía sufriendo desde primeras horas de la mañana.

Micaela Bastidas alzó el brazo en alto y dijo con voz enérgica:

-Como ya sabéis muchos de vosotros, Sangarará es nuestro. Pero la batalla solo acaba de empezar. Hemos de seguir la lucha por la tierra. Libertad para nuestros pueblos. Libertad para nuestra gente. Hoy os digo: romperán lanzas sobre nuestros cuerpos pero vuestros corazones volarán hacia la verdad.

Al momento emergieron de la multitud gritos como truenos, brazos armados, saltos a modo de danzas y una cresta de humo que los envolvía sobre los gritos y los brazos. La música con tambores y caracoles se esparció de norte a sur y de este a oeste. Micaela contempló la escena y luego bailó con los suyos; sentía a cada mujer y a cada hombre como sus hermanos de sangre. Sus tres hijos la secundaron escenificando ora una emboscada, ora la furia de un combate. La causa les mantenía unidos; se sentían fuertes e invencibles. Los gritos aumentaron para recordar a sus muertos y evitar que el tiempo los convirtiera en sombras. El campo tembló y el cielo se vistió de negro. Micaela, que parecía no conocer el cansancio ni el frio, se estremeció.

Las gotas de una nube densa cayeron sobre el pueblo a modo de presagio de lo que ocurriría poco después.

Micaela caminó lentamente hacia el rio, necesitaba reflexionar. El viento agitó las hojas de los árboles bajo sus pies. Pensó que ella solo era una hoja más en el árbol de la vida. Sin embargo su misión era la de un tronco recio que no debía sucumbir al desánimo de las tormentas. Se sentó en una piedra. Le gustaba estar allí, que era como estar al otro lado de un espejo. Le gustaba el olor a libertar que desprendía la naturaleza. Se imaginó junto a Túpac Amaru, sentados ambos en el mismo lugar disfrutando de la vida; sin tiempo ni batallas, sin miedos. Fija la vista en el vacío buscó en la memoria las palabras que le acababa de escribir a su marido.

Chepe mío, estamos en medio de los enemigos que no tenemos segura la vida y por tu causa a pique de peligrar todos mis hijos…bastante advertencia te di, para que inmediatamente fueses al Cuzco, pero has dado a la barata, dándoles tiempo para que se prevengan como ya lo han hecho. Por tus grandes descuidos he de huir. Te envío el colgante que me regalaste para que me tengas junto a tu corazón por si llegara a faltar.

Micaela se miró las manos, como si no las reconociera, y soñó que volvía a acariciar la cara de su hombre: una ilusión que no podía alcanzar aunque cerrara los ojos. Finísimas gotas chisporroteaban en la superficie del agua y humedecían sus ropas. El sol asomaba a ratos, como sin ganas, lluvia, sol… un mal presentimiento le removió las entrañas.

A lo lejos apareció un nutrido grupo armado y en formación que se dirigía sin duda al pueblo. Hombres sin escrúpulos, con el silbido de la muerte en sus pies. Micaela se escondió tras un árbol hasta que desaparecieron de su vista. Al instante empezó a correr sabiendo que peligraba la vida de sus hijos. No podía permitirse un momento de debilidad. Alguien los había delatado. Micaela corrió hasta quedarse sin aliento. Piedras y zarzas le arañaban las piernas. Tal vez no estuviera todo perdido, pensó.

Cuando llegó al pueblo comprobó que la multitud se había dispersado. Apenas media docena de personas con capas o ponchos caminaban por la calles. A lo lejos, aún se oían las voces y los cánticos de quiénes creían que tanta sangre derramada serviría para recuperar sus tierras y su dignidad. Presintió la muerte pero no se arredró. Ni por un instante pensó en ella. Buscó a sus hijos y les dijo que huyeran inmediatamente.

Demasiado tarde. No hubo tiempo para más. Cuando los hombres uniformados derribaron la puerta de su casa a golpes de machete, el presente se trocó en fin. Micaela Bastidas, mujer de sólidas convicciones, excepcional estratega, recia como una montaña, la mujer a quien la historia reconocería como el alma de la lucha por la Independencia de América, al ver cómo colocaban los grilletes a sus hijos, por primera vez en la lucha no pudo gritar, y lloró amargamente.

La llamaban “Zamba” y decían que había nacido en Tamburgo, o tal vez en Pampamarca o quién sabe si era de la misma ciudad de Abancay. Ella proclamó siempre ser del mundo.

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